jueves, 7 de octubre de 2010

A Luis

Luis convivió con una enfermedad degenerativa desde que era muy jóven. Al principio cojeaba notablemente, luego una de las piernas empezó a acortársele hasta que tuvo que cambiar el bastón por unas muletas. Los dolores de espalda no le impedían montar en motocicleta, pintar, ni tocar la guitarra... tenía una  voz preciosa...
Una mañana no pudo ya levantarse y comprendió que tendría que usar en adelante una silla de ruedas, y en ella lo recuerdo, jugando con sus sobrinos sobre las rodillas, inclinado sobre un lienzo debidamente colocado a su altura, o afinando la guitarra, cuando en las reuniones de amigos la alegría amenazaba con decaer.
El pesimismo y la desesperación estuvieron a punto de ganarle la partida cuándo su mal empezó a extenderse por los miembros superiores... la pintura y la música eran su vida... y se esforzó en no perderlas con una determinación casi heroica.
Cuando también sus manos le abandonaron, se le murieron los pinceles, y reclinada en un rincón, su guitarra quedó muda, se embarcó con más coraje que fuerzas en la grabación de un disco, para que al menos su voz, permaneciera inmutable. 
Sus últimos meses, que fueron demasiados meses... hasta convertirse en años... los pasó en la cama deprimente de un hospital, cantando para animar a sus compañeros de viaje, enfermeras o enfermos, disimulando el dolor que lo devoraba e inventándose sonrisas parecidas a mariposas... 
Junto a su lecho, Susana, siempre Susana, tan joven, tan sola, serena, aguerrida, amante y compañera... el beso, la caricia, la ternura infinita en la que recostar el alma cuando ni el alma encuentra descanso...
El día que se fue, me brotó entre los dedos una poesía, que ni siquiera es buena, porque nació nublada de lágrimas, infectada de una bronca amarga... pero es suya, no mía, y por eso la conservo.

                                    A  Luis ...


Febrero, veinticinco...
se encendía una estrella allá en el sur,
se apagaba una hoguera acá en mi orilla...

Se tiñó de acuarelas nuestro mar
y rondaron las gaviotas
aquel faro sombrío de tu lienzo.
Rumbeaste hacia la luz
cansado de las luchas y designios
de los hombres, y
nos dejaste quebrados de dolor
pero sin lágrimas
ahogando la tristeza en tus recuerdos.

Ya estaba bien de luchas sin cuartel
y sin remedio,
de cárceles sin sol ni amanecer,
de blancos carceleros, y lechos
sin delicias de amor
ni sueño,
ni descanso...
Ganaste tu añorada libertad
y nos quedamos presos de tu adiós
y de tu ausencia espesa
o descarada.

Se te olvidó decir si volverás,
sin embargo,
yo intuyo
que cualquier día de éstos
pintarás una aurora para mí
tornearás nubarrones azulados
semejantes a guitarras
y tal vez cantarás alguna lluvia
torrencial...
si estás contento.

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