miércoles, 27 de julio de 2011

Versos de la Dama Triste





No escribo para vos.
Tus labios de cereza no están hechos para el sabor amargo de mis letras aullantes. Los versos que brotan de este manantial no llevan la alegría que tu alma precisa para sentirse plena. 
No hace falta que sepas del dolor insondable que se acuesta conmigo cada noche, en nuestra  cama…
No es preciso que tengas conciencia de esta muerte que es, cada mañana, amanecer cubierta de sal y despojada de toda esperanza… 

Escribo para mí.
Mis letras son la búsqueda infructuosa de un atisbo de luz, de un soplo de consuelo.
Esculpo pues palabras en miga de pan, y me las trago después rebozadas en ceniza… 
No quiero que me veas deletrear su silueta moribunda, que oigas las notas ahogadas de su llanto-réquiem, no quiero que presientas ni por un solo instante el augurio feroz de mi vejez prematura…
Me trago las súplicas de mi despedazada alma con la esperanza de que éste gesto te dé la posibilidad de ser feliz a espaldas de mi tormento.

No oses preguntar si esto es amor.
¿Acaso no lo ves?

Tan solo es miedo.

sábado, 23 de julio de 2011

Síndrome catatónico






SÍNDROME CATATÓNICO
Frente a la ventana cerrada, ella contemplaba la luz proveniente del exterior entre golpe y golpe. El dolor se iba acentuando por momentos y de a ratos se sentía mareada, aunque en su fuero interno no sabría describir en realidad aquella sensación. El ritual era sencillo, rítmico, automático: se golpeaba la cabeza contra el cristal, una vez, otra vez, otra vez… hacía más de media hora que repetía aquella liturgia sin sentido, pero nadie se había percatado todavía. El pequeñísimo lapso de tiempo que podía recordar transcurría en el hastío de aquel insoportable lugar. Fuera de eso, no había nada.
La habitación blanca y desangelada parecía fría a la vista. Sin embargo, realmente hacía allí un calor insoportable, seguramente gracias a la manía de mantener tan alta la calefacción aún a mediados de mayo. Estaba agobiada y el encierro la alteraba cada vez más.
Dos camas cuidadosamente tendidas, con sábanas inmaculadas, rotuladas con un logotipo en azul, dos mesillas metálicas, pintadas también de blanco, como las paredes, como los armarios, como el suelo de baldosas y las puertas del baño y el pasillo… componían una nívea prisión desprovista de estímulos.  Solo destacaba sobre una de las mesillas, un puñado de revistas en el que ella ni siquiera había reparado. No llamaban su atención.
Con el paso de los minutos el ímpetu de los golpes empezó a aumentar de manera preocupante. Afortunadamente para ella, el cristal era lo suficientemente resistente. Algunas veces, la violencia era tal que caía al suelo de espaldas y se quedaba unos minutos pugnando por levantarse, entre furiosa y aturdida. Pero su increíble fortaleza, pronto la devolvía a su obsesión enfermiza y el rito empezaba de nuevo, acompañado siempre por un murmullo ininteligible.
Tras el cristal estaba la libertad, el jardín oloroso y fresco, salpicado de hortensias, azucenas y dalias, el bullicio de la calle, la tienda de golosinas siempre abarrotada de ruidosos niños, el escaparate de la vieja librería y las altísimas y deprimentes rejas que cercaban un colegio privado. ¡Qué mundo este!, siempre empeñado en encerrar a los viejos, a los locos y a los niños en alas de su supuesta seguridad.

Una enfermera entró en la habitación. Durante una milésima de segundo sintió el impulso de salir escapando hacia el pasillo pero la mujer cerró rápidamente la puerta tras de sí bloqueándole cualquier posibilidad de huída. Resignada volvió a su batalla perdida con la ventana y redobló sus esfuerzos, inconsciente de la inutilidad de su empeño.
La enfermera se acercó a una de las camas, recogió distraídamente un termómetro y sin prestarle  la más mínima atención abrió después la puerta del aseo, como buscando algo, o a alguien. Luego, con la misma indiferencia y sin mirarla siquiera, abandonó el cuarto dejándola otra vez encerrada.
Afuera avanzaba la mañana a pasos agigantados y el mundo se movía vertiginoso inmerso en sus quehaceres diarios. Ella apenas lo contemplaba indolente. Sabía de su existencia pero de una forma abstracta, distante y distorsionada. Ni siquiera tenía completa conciencia de sí misma y de las cuatro paredes que ahora la aprisionaban. Había nacido así, desconectada del mundo humano y así habría de morir. Sin embargo, un instinto primigenio y desgarrador la empujaba a buscar la libertad que desconocía, la instigaba de forma enfermiza a emigrar hacia aquella luz del jardín. En su cerebro, un presentimiento de olores nuevos la atormentaba, olores que el perfume del alcohol, del cloroformo y el desinfectante le habían robado, pero que inexplicablemente buscaba de forma instintiva.
Toc…    toc…    toc…    toc…    toc…
El interminable golpeteo que habría desquiciado a cualquiera, podía acabar en algún momento  con sus fuerzas, pero jamás con su determinación. Seguía un impulso que en su caso era natural, que la dominaba y no le permitía abandonar nunca… nunca… nunca… porque ella no tenía concepción del tiempo.
Toc…    toc…    toc…    toc…    toc…

La puerta volvió a abrirse y la paciente de la cama 2 entró arrastrando los pies. Se detuvo junto a la ventana y la observó largamente golpearse sin piedad una y otra vez.
Toc…    toc…    toc…

Alargó la mano en un gesto esperanzador, como si fuera a abrir la ventana para aliviarle de una vez por todas el suplicio, y concederle la tan ansiada libertad. Pero su brazo se detuvo a medio camino y quedó quieta, pensativa, la mirada perdida, los ojos acuosos, la baba cayéndole sobre la bata blanca… balanceándose adelante y atrás sobre sus talones… la cabeza ladeada en un gesto que recordaba a un pájaro curioso…

Se volvió con lentitud hacia la cama y tomó con parsimonia una de las revistas. La arrolló con las dos manos formando un cilindro y sin darle tiempo a reaccionar…
¡¡¡ZÁS!!!...
la aplastó contra el cristal esparciendo sus vísceras y destrozando sus alas…

Supo entonces que, en ese instante, había sido liberada para siempre de su estúpida obsesión, del empeño inútil de traspasar el vidrio para emprender su camino hacia la luz, para revolotear molestando a los perros o posarse sobre un montón de mierda cualquiera…

...como cualquier otra mosca.