miércoles, 6 de octubre de 2010

Después de la tormenta.

El cielo ha regurgitado unas hebras de sol que se mezclan indolentes con tus calles desnudas justo antes de extinguirse.
Ha cesado la lluvia solo por un instante y la luna celosa se exhibe entre las nubes. No quiere aparecer presa en la bruma y ha convocado al viento que se mueve ligero deshaciendo vellones con sus andares tibios.
Incólume la vida de las charcas se agita después del temporal y de la muerte oscura…  un remanso de paz luego de la tormenta... y se escucha por fin el croar de ranas, el canto de los grillos, el goteo del agua que cae desde los árboles…
Unos cuántos gorriones se bañan en los pequeños charcos, locos de algarabía, haciendo la delicia de los niños que se asoman curiosos al final de la calle.
Yace carbonizado, aún presa del fuego, un eucalipto antiguo, un gigante batido, como partido en dos por un cañonazo, y atravesado en medio de la senda… Bajo los destrozados nidos se adivinan los huevos aplastados por la dura caída… recuerdos desgarrados de la muerte hecha rayo.
Una pareja de zorzales pía, inquieta y afligida; pía y rebusca entre los restos de la tragedia,  mientras la tarde agoniza y se pinta de naranjas, de rojos, de amarillos… y asoman timoratas, las primeras estrellas.



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