miércoles, 11 de enero de 2012

Desde la ventana


Seis de la tarde. Frío. Mucho frío. La madre y la niña comparten un momento de lectura frente a la estufa de leña. En sus ojos sonríe un sol amarillo.
La luz de la hoguera  se estira perezosa por las paredes y desfigura los rostros dibujando sombras fantasmagóricas por doquier. Hay olor a café y a galletas caseras.
Un rayo que cae cercano ilumina la calle devolviéndole a la tarde un poco de claridad. Segundos después el estruendo hace vibrar los cristales y los deja temblando durante un momento.  

La niña, curiosa, se asoma a la ventana, atraída por el ruido y la brillantez repentina del cielo gris plomo. Afuera, el chaparrón inunda caminos y zanjas, jardines y veredas. Hace dos horas que la tormenta descarga su furia sin pausas…  Apenas logra vislumbrar el jardín de la casa de enfrente. Sin embargo algo llama su atención: un chiquillo de apenas cinco o seis años, lucha contra el viento aferrado a un paraguas que pretende escapársele volando. Va sucio y descalzo. ¡Está tan delgado! Y no lleva abrigo…

La sombra se cierne sobre los ojos de la niña curiosa, se le cuela dentro y le estampa  una huella en su alma inocente.

Escrito para "Luces y sombras" de la revista Léptica (Nov. de 2010)

lunes, 9 de enero de 2012

Tarde de perros


                     



Dio vuelta a la esquina y ella estaba ahí esperándole,
perfumada y ardiente. La lluvia le daba un brillo especial
que a nadie dejaba indiferente. Él, sin embargo  no se
percató de su presencia hasta que fue demasiado tarde y
sus mundos chocaron irremediablemente cambiándole el
día, el humor y la vida para siempre.


Nada se puede hacer cuando el destino está esperando tras
cualquier recodo del camino.

Absolutamente nada… solo suspirar y aceptarlo, o jurar en
arameo mientras nos frotamos los zapatos en el césped de
algún jardín, o agarrarnos a la primera farola  e intentar
sacar la porquería de las rendijas de la maldita suela de
goma,  y quizás arrepentirnos  por  no habernos puesto los
zapatos negros de vestir, que resbalan más pero se limpian
mejor.

Pero escapar, lo que se dice escapar a la terrible imbecilidad
de los dueños de perros que pasan de recoger sus mierdas
con la paupérrima excusa de “que la recoja el Ayuntamiento
que para eso pago mis impuestos”, eso es literalmente
imposible, no se conoce humano alguno que lo haya 
conseguido. Todos tarde o temprano hemos tenido que
pasar por la experiencia, así que, ¿para qué ofuscarnos? Lo
mejor es seguir andando como si nada y limpiarnos
repetidamente en el felpudo del vecino antes de entrar a
casa, total… ¡así es el mundo! y si el destino ha querido que
yo tuviese  una tarde de perros, lo único que puedo hacer
para sentirme mejor es compartirla…

¡si dicen que da buena suerte!  ¿O no?



                             

 

viernes, 6 de enero de 2012

El alumbramiento del monstruo

El golpe me alcanzó de pie. Antes del dolor fue el desconcierto, la incredulidad, incluso el espanto… Un abismo se abrió bajo mis pies y caí dentro, sentada en una silla, creo recordar. El horror y el olvido compitieron para hacerse con el terreno… al final el primero ganó la batalla y se instaló a vivir entre mis sienes. Nada sobrevivió  de aquellos días en que fuimos felices. Como en un “Chernóbil” particular la vida sucumbió en medio del fuego y el espanto.
Se sucedieron las noches y los días impregnados de muerte. No estoy segura de cuál fue el momento exacto de mi metamorfosis. Creo que me convertí en este monstruo a medio camino entre la tierra y el averno en el instante en que mirándote a los ojos, escuché de tus labios las palabras “lo siento” y tuve la certeza de que estabas mintiendo.