lunes, 9 de enero de 2012

Tarde de perros


                     



Dio vuelta a la esquina y ella estaba ahí esperándole,
perfumada y ardiente. La lluvia le daba un brillo especial
que a nadie dejaba indiferente. Él, sin embargo  no se
percató de su presencia hasta que fue demasiado tarde y
sus mundos chocaron irremediablemente cambiándole el
día, el humor y la vida para siempre.


Nada se puede hacer cuando el destino está esperando tras
cualquier recodo del camino.

Absolutamente nada… solo suspirar y aceptarlo, o jurar en
arameo mientras nos frotamos los zapatos en el césped de
algún jardín, o agarrarnos a la primera farola  e intentar
sacar la porquería de las rendijas de la maldita suela de
goma,  y quizás arrepentirnos  por  no habernos puesto los
zapatos negros de vestir, que resbalan más pero se limpian
mejor.

Pero escapar, lo que se dice escapar a la terrible imbecilidad
de los dueños de perros que pasan de recoger sus mierdas
con la paupérrima excusa de “que la recoja el Ayuntamiento
que para eso pago mis impuestos”, eso es literalmente
imposible, no se conoce humano alguno que lo haya 
conseguido. Todos tarde o temprano hemos tenido que
pasar por la experiencia, así que, ¿para qué ofuscarnos? Lo
mejor es seguir andando como si nada y limpiarnos
repetidamente en el felpudo del vecino antes de entrar a
casa, total… ¡así es el mundo! y si el destino ha querido que
yo tuviese  una tarde de perros, lo único que puedo hacer
para sentirme mejor es compartirla…

¡si dicen que da buena suerte!  ¿O no?



                             

 

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