martes, 23 de noviembre de 2010

Hagan sus apuestas


Es difícil acertar con la jugada… 
Tomamos un puñado de palabras y las echamos en el cubilete agitando con destreza o con presteza.
Soplamos…  que no falte el ritual para la buena fortuna.
Y las lanzamos con más fuerza que maestría sobre el tapete blanco de una página virgen.
La mayoría de las veces la jugada no vale un pimiento y perdemos la apuesta. Nos frustramos, nos  flagelamos y nos replanteamos como otras tantas veces el precio de esta salvaje vocación,  nuestro talento y el sinsentido de nuestras vidas.



La existencia del delineante de quimeras es así. Un instante de lucidez, y horas, días, interminables semanas…  de deambular perdido en los yermos territorios del desconsuelo.

Sin embargo, un día de estos, con un poco de tino y mucha buena estrella, saldrá una combinación ganadora y la perfección se hará frase, párrafo, cuento o poesía…  y entonces… redescubriremos el mundo a través de un puñado de esquivas palabras, que bien mezcladas, nos regalarán ese cóctel exquisito y embriagador  que nos seducirá irremediablemente… y volveremos a caer en el vicio pertinaz de este juego suicida.


lunes, 15 de noviembre de 2010

Butterfly


Cuando conoció  a Joaquín, Lina sintió que su mundo, de repente, recobraba el sentido. La felicidad fue mutua, desbordante e inexplicable y les llevó al altar en apenas unos meses. Se reían juntos hasta provocar la envidia, sana o no, de quienes les conocían. Compartían el amor por los libros y el gusto por los deportes de aventura y los viajes. El sexo era magnífico, pródigo y creativo  hasta la extenuación.  Y por si todo esto fuera poco, él tenía esos detalles románticos que toda mujer soñaba pero pocas veces conseguía: el desayuno en la cama, con rosas incluidas… cenas con velas a la luz de la luna…  poesías de Pablo Neruda, dejadas como al descuido sobre la almohada… bombones en un día cualquiera… bailes encadenados y a oscuras, aderezados con caricias interminables que casi siempre acababan en desatada pasión…

Aquel pequeño paraíso de su hogar, alcanzó la perfección el día que nació Clara, hermosa como su padre.
En cuanto vio la infinita ternura con que la tomaba en brazos, Lina supo que Joaquín sería tan buen padre como marido. Sin duda había nacido para ser papá, y la mejor prueba era la incondicional adoración que Clara le profesaba.

Cuando la niña tenía dos años, Joaquín se quedó sin trabajo y decidieron que, al menos durante un tiempo, se ocuparía de ella y de las labores del hogar mientras Lina hacía horas extras y él cobraba el seguro de paro. Joaquín se adaptó rápidamente y Clarita no podía ser más feliz, teniendo a su adorado papaíto todo el día a su entera disposición. La solución pareció la ideal hasta que Lina empezó a darse cuenta que, tantas horas fuera de casa, la estaban distanciando de su hija. Y aquello, sumado a la admiración y el amor que Clara sentía por su padre, la hizo sentirse de pronto, como si empezara a quedarse fuera de aquella familia…

_No seas tonta, son imaginaciones tuyas_ le animaba él _ la niña te adora… ¡eres su madre!_ y Lina entonces, se esforzaba con denuedo por no sentir esos celos ridículos y equivocados.

Durante las horas que pasaban juntos, padre e hija adquirieron la costumbre de dar largos paseos en bicicleta. Algunas veces muy temprano por la mañana, y otras al atardecer, Joaquín subía a Clara en la sillita instalada en el manillar y se iban a recorrer el parque, la playa, los caminos entre los pantanos…
Una noche, regresaron tan tarde que Lina les recibió preocupada.
_No me gusta que vayas por ahí con la niña hasta tan tarde… ¡hace más de dos horas que oscureció y el barrio ya no es seguro! ¿No has visto las noticias? Han desaparecido ya dos chicas cerca de la vieja carretera.
_Nunca vamos por esa zona. Tranquila. Además, yo jamás pondría en peligro a la niña.
_No vuelvas a preocuparme de esta forma _ le espetó airada _ ¡mírala!, parece agotada…
_De acuerdo. Lo siento. Pero quiero que sepas que la razón de la tardanza no fue otra que esta..._ sacó del bolsillo un colgante de oro con una preciosa piedra azul engarzada en un broche con forma de mariposa. _Iba a dártelo mañana, después de envolverlo, pero… no me has dado tiempo.
_Oh, Joaquín… siento haberme enfadado. ¡Es precioso!
_Es una tontería. Y ni siquiera es nuevo. Se lo compré a un viejito joyero que vive cerca del centro y tiene compra-venta de joyas usadas. Por eso tardamos tanto.
_ ¡Hasta el centro en bicicleta! ¡Madre mía! Eres increíble. Gracias… gracias Joaquín. _ se le tiró a los brazos lanzándolo sobre el sofá y cubriéndolo de besos entre risas y arrumacos.
Clara rompió en ese momento en un llanto desconsolado.
_Pero mi amor, para ti también tiene mami abrazos y besos, ven, ¿lo ves? No estés celosa _ pero su hija le tiraba desesperadamente de la manga separándola del padre. Parecía asustada, sin embargo Lina comprendía bien lo que estaba ocurriendo y le costó disimular el disgusto. La niña, de quién tenía celos en realidad, era de su padre.  Lo quería solo para ella. No podía tolerar que su madre le mimara. Cada día era peor. No dejaba a su padre un segundo a solas y muchas veces, se levantaba a medianoche para instalarse en medio de los dos en la cama de matrimonio. Se estaba convirtiendo en algo enfermizo y aquello no le gustaba.  Alguien le había dicho una vez que era algo normal en la relación de  las niñas con los padres, pero Lina tenía la impresión de que la situación se le iba de las manos. Para colmo, Clara había vuelto a hacerse pis en la cama en las últimas semanas.
Sin duda deberían replantearse el intercambio de roles. Lo hablaría con él tranquilamente el fin de semana… _suspiró_ Joaquín parecía tan contento con el papel de amo de casa y padre veinticuatro horas…




Aquel domingo hacía mucho frío. Lina encendió la estufa de leña y se sentó delante del fuego con una taza de café caliente entre las manos. Joaquín se había marchado temprano en la bici y Clara dormía tranquilamente en su cama. Llegó el chico del periódico dominical con retraso a causa del mal tiempo. Lina abrió la puerta y recogió el semanario del suelo del porche. Estaba bastante mojado. La oscuridad de la tormenta envolvía al barrio a pesar de ser ya media mañana.
Volvió al sillón y se puso a ojearlo sin mayor interés procurando no mancharse la ropa de tinta. En la tercera página llamó su atención la noticia de una muchachita desaparecida _ ¡otra más!_ que había sido encontrada muerta en una laguna, hacía dos días. Según sus padres, había salido de trabajar el lunes por la noche pero nunca llegó a casa. Dos compañeras de la fábrica la dejaron en la parada, esperando el autobús. La fotografía  estaba algo borrosa. Tendría 20 años, calculó Lina, el pelo largo y negro, los ojos oscuros y…
…en  la  garganta…
                        … un  collar  precioso…    de  oro…
                                                                   … con  una  delicada  piedra  azul…                                     
                                                                                                                                       engarzada   en…  

Se llevó las manos al cuello y tocó el colgante con los dedos. No pudo evitar una arcada de repugnancia al pensar que aquel viejo le había podido vender a su marido el collar de la chica muerta.

La puerta se abrió entonces y la figura de Joaquín se recortó bajo el marco de la puerta. Venía chorreando. Clara sujetó el periódico sin poder articular palabra. El horror reflejado en el rostro. Él se quedó perplejo mirando la noticia y volvió después sus ojos hacia ella muy despacio…  la cabeza ladeada… y una expresión monstruosa pintada en el rostro.

_ ¡A mami no, papá!, ¡a mami no, por favor! _ gritaba Clara desde la puerta del cuarto, aferrada a la almohada… un reguero de orina extendiéndose a sus pies…

 Publicado por primera vez en  Setiembre, en la página web de "Un café con Literatos" de Raquel Viejobueno:


sábado, 13 de noviembre de 2010

Crepúsculo

Crepitando ruidosa se consume la leña. Afuera el viento azota los rosales y las dalias, que me recuerdan a los leños sedientos quejándose y ardiendo. Las persianas gastadas gimen así también  esta tarde de Agosto en mi hemisferio sur… 
Las cinco de la tarde y ya oscurece… No habrá ranas cantando esta noche, ni grillos, ni murciélagos veloces en el aire. Solo el aullido del viento y la tormenta ensañándose con los sauces y la acacia.

En un rincón te encuentro acurrucada, reseca como un tronco hace tiempo cortado, arrugadita y frágil… Me pareces dormida y sin embargo, te escucho canturrear mientras te meces en esa, tu vieja silla de madera de pino.

Cruje también la silla acompañando al viento plañidero, a las persianas grises y a la lumbre.

Son demasiados años los que cargan tus huesos finitos y gastados como la silla, las persianas decrépitas y la estufa de leña ennegrecida. Sin embargo, ni un solo lamento se escapa de tus labios, canturreas balanceándote y sonriendo, mientras crece la labor sobre el regazo y se llena de arcoíris la ventana empapada de lluvia, con tu luz iluminando el comedor como un enorme sol crepuscular…

martes, 2 de noviembre de 2010

Estás con nosotros (de Juan Subelzú)

El 7 de Octubre de 2010 publiqué una poesía dedicada a Luis, un gladiador y un artista de la vida... 
Lo que sigue, ha sido escrito para él por Juan, fiel compañero en mil batallas.
Lo comparto sabiendo que estos poemas, no son solo palabras, son perlas preciosas que hablan de ese amor incondicional, superior e inigualable, que solo las grandes almas pueden sentir y que tiene por nombre AMISTAD.

                Hermano, la muerte llega solo con el olvido.

                Y vos estás,  siempre, en nuestros mejores
                recuerdos.


“Poeta herido en colores
Por el amor a este río
Prometiste: de rodillas
Algún día he de llegar

Volviste, verde en el monte
Volviste, oro en sus playas
Vino caliente y guitarra
Y muchas ganas de andar”

                                         


Cuando una angustia machaza
Entró brutal en mi pecho
Buscando un poco de alivio
A vos te lo fui a contar
Y hallé tu mano tendida
Cuando mi vida en pedazos
tenía que armar de nuevo
sin saber como empezar.

Nunca olvidaré tus ojos
Cuando la muerte rondaba
Diciéndome sin palabras
Que ya no aguantabas más
Y yo pensaba en silencio
Hermano ¿cómo ayudarte?
Cómo brindarte el consuelo
y un poco de dignidad.

Hace mucho que te fuiste
Pero seguís con nosotros
y mientras te recordemos
Vos nunca vas a morir.
Solo dejaste un estuche
Que estaba muy agotado
Pero te has vuelto barranca
Árbol y arenas del Yí.

Hoy acá en el campamento
Junto a este grupo chiquito
Tu guitarra y tu sonrisa
Están rodeando el  fogón
Mientras vibran entre el monte
Zambas, milongas y valses
Yo voy a buscar el poncho
Que algún vivo te escondió



                                                                                                                             

                                        J. Subelzù 
(Recuerdo para Luisito, alguien que nunca se fue )

lunes, 1 de noviembre de 2010

Alma

La primera vez que Sebastián rodeó mi cintura con sus brazos, me estremecí y temblé como una quinceañera. ¡Él era tan joven! Sus manos inexpertas casi me hicieron cosquillas y para mí, aquella experiencia nueva fue tan deliciosa, que caí rendida a sus pies irremediablemente.

Yo tengo la piel de aceituna, la risa fácil, un cuerpo voluptuoso y una voz vibrante y cálida. En mí llevo el poderío y el temple de la raza gitana. Por sus venas en cambio, corre sangre del Río de la Plata, una mezcla de ternura y algarabía, de convicciones e incertidumbres, de pelo largo, mate amargo  y rebeldías varias, entretejidas con una cierta nostalgia por esa tierra lejana que ya a estas alturas, apenas recuerda.
Me apellido Almansa, pero él, con su habitual dulzura, me bautizó Alma; la razón decía, era que jamás estaría tan unido a ninguna otra cosa, como lo estaba a mí, ni en este mundo, ni en el otro, y nunca me llamó por mi nombre de pila. Desde entonces me convertí en Alma, sin más, hasta tal punto que llegué a olvidar cualquier otro nombre que antaño reconociese como mío.

Con él pasé los años más felices de mi vida. Fue a  mi lado que aquel casi adolescente se hizo hombre. Resultó que yo era una buena maestra y él, todo hay que decirlo, un alumno aventajado.  Compartimos noches en la cama y tardes de domingo en el sofá, acurrucada yo en su falda. Me presentó a sus amigos y ellos pasaron a formar parte de mi vida también. Agotamos noches enteras pobladas de cafés y cigarrillos de tabaco armado. Hicimos botellón, tertulias filosóficas y tuvimos que correr entre gritos de angustia y desafío en alguna manifestación anti-taurina.

Él amaba la música.
Yo, había nacido para cantar. Mi existencia no tenía otra razón hasta que le conocí, y entonces, la razón de mi vida fue cantar para él, residir en el espacio que se abre entre sus brazos, y sin más, permanecer a su lado…
Fueron años de luchas y constantes reivindicaciones con más o menos acierto, indudable manifiesto de esa ley universal no escrita que rige a la juventud: la de alcanzar ideales y perfeccionar incansablemente el mundo. Años que me hicieron renacer devolviéndome de alguna forma a la vida salvaje, primigenia y antigua, aquella en la que mis ancestros veneraban la tierra, el aire, el fuego, y el agua.
La vida era magnífica en la frontera del aire que Sebastián respiraba…


Aquella mañana de Enero me desperté sobresaltada y con resaca. Habíamos estado de fiesta hasta la madrugada. Fuera estaba nevando. En el salón de la casa creí oír susurros, algunas risas, un nombre.  ¿Oscar tal vez?... un acento extranjero… La puerta de nuestra habitación permanecía entornada, y un haz de luz se colaba proveniente del pasillo. Había alguien en casa.
Me quedé inmóvil y en silencio, escuchando entre sorprendida e intrigada. Que yo supiera, no esperábamos a nadie.
Sin embargo, al otro lado de la puerta, se celebraba un encuentro.
Hubo palabras de júbilo y risitas contenidas, una voz policromada y sensual, caricias que arrancaron sonidos extraños, una especie de quejidos desconocidos hasta entonces para mí,  y alguna que otra lágrima de puro regocijo.

No había ninguna duda, él estaba con… ¿otro? 

La verdad se estampó contra mi pecho como una aplanadora y me cortó el aire. Como una fiera herida de muerte, permanecí agazapada y muda, haciéndole frente al miedo con la casta de mi estirpe… una adarga falsa, tras la que ocultarse mientras se desvanece la vida…
Y hubo mucho más durante aquellas horas de mutuo descubrimiento y secretas conquistas.  Hubo roces casi musicales y una alegría procaz que dio paso al desenfreno. Hubo fiesta en las manos y danzas de voces entrecortadas… un ritual iniciático a una experiencia nueva,  que yo, jamás podría darle.

Quise gritar, llorar, desangrarme en sollozos, pero las de mi raza no regalamos lágrimas a la traición, ni consentimos excusas para lamentaciones.
Mas lo peor, no fue el descubrimiento de la infamia, si no el oprobio de su postrera indiferencia.

Desde aquella mañana, su inseparable Alma se deshizo en la nada y se descubrió  invisible. Hubiera preferido su desprecio. Mi presencia era celebrada con silencios,  y a mis reproches mudos contestó con olvidos y reservas. Indolente y arisco apenas me miraba, ¡ya no volvió a tocarme! Me proclamó prescrita en sus espacios, huérfana de sus ganas, un recuerdo incómodo de algo que murió y del que no sabía cómo desembarazarse sin culpa.

Se le veía feliz. Estaba enamorado y entregado, como otrora conmigo. Sin embargo era aquel,  quien recibía ahora el obsequio de su mirada embelesada, el regalo del fuego  de sus dedos, pródigos en deliciosas caricias, abriendo llagas en su piel. Me consumí abrazada por los celos de pensar en sus manos, que ya no se acercaban a mis firmes caderas, festejando en su cuerpo el principio de una canción nueva, y haciéndolo vibrar entre acompasados temblores, mientras ejecutaban, juntos para siempre, la dulce melodía de aquel nuevo amor.

Me marchité despacio, día a día, tragándome el amargo jarabe de la indignidad, deseando que volviera alguna tarde a gozar, no ya de mis talentos, sino tan solo de mi compañía, pero no pudo ser. Ya nada podrá ser. Le he perdido para siempre…
La última vez que contemplé mi imagen en el espejo del armario aborrecí este cuerpo de mujer, no me reconocí, vieja y desaliñada, un cascajo en ruinas casi indecente, como una pordiosera abandonada.

Como si de un país ajeno se tratase, esos en el que se comercia con la vida sin escrúpulos, hoy me veo vendida en un anuncio del Segundamano. Recojo los pedazos de mi alma y me dejo llevar… me arrastran a otra casa, a otra cama quizás. Le miro de pasada al salir por la puerta, entregada y hundida.

No lo culpo  por  elegirlo a él. Al fin y al cabo yo… yo solo soy una guitarra española.
Y él… Él, un piano alemán con alcurnia. ¡Un Oscar Köhler, nada menos!


Publicado por primera vez en el Cuadernillo del II Café con Literatos: "174 años con Bécquer. Cuentos de amor y desamor" el 17 de Febrero de 2010.