martes, 4 de marzo de 2014

Volar sin alas.



Ella viajó por el mundo,
habló otros idiomas,
hizo fotografías de paisajes increíbles,
escribió historias y recitó poesía.

Atravesó ríos a nado,
respiró amaneceres a puñados,
tuvo mascotas,
rió chistes,
escuchó con atención y sin interrumpir a sus amigos.

Descubrió rincones fascinantes en viejas ciudades.

Alivió tristezas,
puso “tiritas” en rodillas y corazones despedazados,
organizó fiestas navideñas,
derribó muros,
anduvo parques en bicicleta.

Preparó exámenes en la playa,
condujo hasta el aeropuerto,
alistó maletas,
se deshizo en llantos.

Nadó, subió montañas,
pintó carteles,
hizo teatro, patinó,
planchó camisas,
anduvo descalza,
cocinó recetas vegetarianas,
perdonó pero no fue capaz de olvidar.

Asistió a conciertos,
metió la pata,
levantó las manos,
gritó goles,
estudió filosofía,
se interesó por el mundo,
comentó las noticias,
opinó con respeto,
se refugió en el parque.

Tocó la guitarra,
hizo mudanzas,
reordenó los armarios,
se cortó el pelo en señal de dolor,
fue artífice de reencuentros,
emigró.

Tarareó canciones de cuna.

Amó con toda su alma.

Besó sapos. Cazó mariposas. Remontó cometas.

Defendió a su familia transformada en leona…

Luchó a brazo partido por su felicidad.

Nunca acabó la carrera.

Por eso, cuando alguien afirma que la realización del ser humano pasa por el éxito profesional, ella sonríe condescendiente y no contesta. Vuelve discreta a su libro mientras en su cabeza planifica la próxima aventura.

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