Crepitando ruidosa se consume la leña. Afuera el viento azota los rosales y las dalias, que me recuerdan a los leños sedientos quejándose y ardiendo. Las persianas gastadas gimen así también esta tarde de Agosto en mi hemisferio sur…
Las cinco de la tarde y ya oscurece… No habrá ranas cantando esta noche, ni grillos, ni murciélagos veloces en el aire. Solo el aullido del viento y la tormenta ensañándose con los sauces y la acacia.
En un rincón te encuentro acurrucada, reseca como un tronco hace tiempo cortado, arrugadita y frágil… Me pareces dormida y sin embargo, te escucho canturrear mientras te meces en esa, tu vieja silla de madera de pino.
Cruje también la silla acompañando al viento plañidero, a las persianas grises y a la lumbre.
Son demasiados años los que cargan tus huesos finitos y gastados como la silla, las persianas decrépitas y la estufa de leña ennegrecida. Sin embargo, ni un solo lamento se escapa de tus labios, canturreas balanceándote y sonriendo, mientras crece la labor sobre el regazo y se llena de arcoíris la ventana empapada de lluvia, con tu luz iluminando el comedor como un enorme sol crepuscular…
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