lunes, 15 de noviembre de 2010

Butterfly


Cuando conoció  a Joaquín, Lina sintió que su mundo, de repente, recobraba el sentido. La felicidad fue mutua, desbordante e inexplicable y les llevó al altar en apenas unos meses. Se reían juntos hasta provocar la envidia, sana o no, de quienes les conocían. Compartían el amor por los libros y el gusto por los deportes de aventura y los viajes. El sexo era magnífico, pródigo y creativo  hasta la extenuación.  Y por si todo esto fuera poco, él tenía esos detalles románticos que toda mujer soñaba pero pocas veces conseguía: el desayuno en la cama, con rosas incluidas… cenas con velas a la luz de la luna…  poesías de Pablo Neruda, dejadas como al descuido sobre la almohada… bombones en un día cualquiera… bailes encadenados y a oscuras, aderezados con caricias interminables que casi siempre acababan en desatada pasión…

Aquel pequeño paraíso de su hogar, alcanzó la perfección el día que nació Clara, hermosa como su padre.
En cuanto vio la infinita ternura con que la tomaba en brazos, Lina supo que Joaquín sería tan buen padre como marido. Sin duda había nacido para ser papá, y la mejor prueba era la incondicional adoración que Clara le profesaba.

Cuando la niña tenía dos años, Joaquín se quedó sin trabajo y decidieron que, al menos durante un tiempo, se ocuparía de ella y de las labores del hogar mientras Lina hacía horas extras y él cobraba el seguro de paro. Joaquín se adaptó rápidamente y Clarita no podía ser más feliz, teniendo a su adorado papaíto todo el día a su entera disposición. La solución pareció la ideal hasta que Lina empezó a darse cuenta que, tantas horas fuera de casa, la estaban distanciando de su hija. Y aquello, sumado a la admiración y el amor que Clara sentía por su padre, la hizo sentirse de pronto, como si empezara a quedarse fuera de aquella familia…

_No seas tonta, son imaginaciones tuyas_ le animaba él _ la niña te adora… ¡eres su madre!_ y Lina entonces, se esforzaba con denuedo por no sentir esos celos ridículos y equivocados.

Durante las horas que pasaban juntos, padre e hija adquirieron la costumbre de dar largos paseos en bicicleta. Algunas veces muy temprano por la mañana, y otras al atardecer, Joaquín subía a Clara en la sillita instalada en el manillar y se iban a recorrer el parque, la playa, los caminos entre los pantanos…
Una noche, regresaron tan tarde que Lina les recibió preocupada.
_No me gusta que vayas por ahí con la niña hasta tan tarde… ¡hace más de dos horas que oscureció y el barrio ya no es seguro! ¿No has visto las noticias? Han desaparecido ya dos chicas cerca de la vieja carretera.
_Nunca vamos por esa zona. Tranquila. Además, yo jamás pondría en peligro a la niña.
_No vuelvas a preocuparme de esta forma _ le espetó airada _ ¡mírala!, parece agotada…
_De acuerdo. Lo siento. Pero quiero que sepas que la razón de la tardanza no fue otra que esta..._ sacó del bolsillo un colgante de oro con una preciosa piedra azul engarzada en un broche con forma de mariposa. _Iba a dártelo mañana, después de envolverlo, pero… no me has dado tiempo.
_Oh, Joaquín… siento haberme enfadado. ¡Es precioso!
_Es una tontería. Y ni siquiera es nuevo. Se lo compré a un viejito joyero que vive cerca del centro y tiene compra-venta de joyas usadas. Por eso tardamos tanto.
_ ¡Hasta el centro en bicicleta! ¡Madre mía! Eres increíble. Gracias… gracias Joaquín. _ se le tiró a los brazos lanzándolo sobre el sofá y cubriéndolo de besos entre risas y arrumacos.
Clara rompió en ese momento en un llanto desconsolado.
_Pero mi amor, para ti también tiene mami abrazos y besos, ven, ¿lo ves? No estés celosa _ pero su hija le tiraba desesperadamente de la manga separándola del padre. Parecía asustada, sin embargo Lina comprendía bien lo que estaba ocurriendo y le costó disimular el disgusto. La niña, de quién tenía celos en realidad, era de su padre.  Lo quería solo para ella. No podía tolerar que su madre le mimara. Cada día era peor. No dejaba a su padre un segundo a solas y muchas veces, se levantaba a medianoche para instalarse en medio de los dos en la cama de matrimonio. Se estaba convirtiendo en algo enfermizo y aquello no le gustaba.  Alguien le había dicho una vez que era algo normal en la relación de  las niñas con los padres, pero Lina tenía la impresión de que la situación se le iba de las manos. Para colmo, Clara había vuelto a hacerse pis en la cama en las últimas semanas.
Sin duda deberían replantearse el intercambio de roles. Lo hablaría con él tranquilamente el fin de semana… _suspiró_ Joaquín parecía tan contento con el papel de amo de casa y padre veinticuatro horas…




Aquel domingo hacía mucho frío. Lina encendió la estufa de leña y se sentó delante del fuego con una taza de café caliente entre las manos. Joaquín se había marchado temprano en la bici y Clara dormía tranquilamente en su cama. Llegó el chico del periódico dominical con retraso a causa del mal tiempo. Lina abrió la puerta y recogió el semanario del suelo del porche. Estaba bastante mojado. La oscuridad de la tormenta envolvía al barrio a pesar de ser ya media mañana.
Volvió al sillón y se puso a ojearlo sin mayor interés procurando no mancharse la ropa de tinta. En la tercera página llamó su atención la noticia de una muchachita desaparecida _ ¡otra más!_ que había sido encontrada muerta en una laguna, hacía dos días. Según sus padres, había salido de trabajar el lunes por la noche pero nunca llegó a casa. Dos compañeras de la fábrica la dejaron en la parada, esperando el autobús. La fotografía  estaba algo borrosa. Tendría 20 años, calculó Lina, el pelo largo y negro, los ojos oscuros y…
…en  la  garganta…
                        … un  collar  precioso…    de  oro…
                                                                   … con  una  delicada  piedra  azul…                                     
                                                                                                                                       engarzada   en…  

Se llevó las manos al cuello y tocó el colgante con los dedos. No pudo evitar una arcada de repugnancia al pensar que aquel viejo le había podido vender a su marido el collar de la chica muerta.

La puerta se abrió entonces y la figura de Joaquín se recortó bajo el marco de la puerta. Venía chorreando. Clara sujetó el periódico sin poder articular palabra. El horror reflejado en el rostro. Él se quedó perplejo mirando la noticia y volvió después sus ojos hacia ella muy despacio…  la cabeza ladeada… y una expresión monstruosa pintada en el rostro.

_ ¡A mami no, papá!, ¡a mami no, por favor! _ gritaba Clara desde la puerta del cuarto, aferrada a la almohada… un reguero de orina extendiéndose a sus pies…

 Publicado por primera vez en  Setiembre, en la página web de "Un café con Literatos" de Raquel Viejobueno:


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