miércoles, 25 de mayo de 2011

El Cero

Cuando entró en el “Hotel Casino” sabía bien que lo que llevaba consigo constituía el capital de toda una  vida.

En el preciso momento de cambiarlo por  fichas de colores pudo observar claramente como el  cajero guardaba  tras el cristal acorazado un puñado de tejas de su casa… 
el sofá de diseño sueco… 
el olor de las velas perfumadas…
el baúl del pirata repleto de tesoros…
un carrusel de risas a media tarde…
el “Trivial”,   y un vestido de novia bordado de promesas…

Sobre la mesa de juego, mientras colocaba cuidadosamente las piezas en montoncitos iguales, perfectamente ordenados, supo que podía elegir…



_”Hagan sus apuestas”.

Podía elegir el rojo de una pasión flamenca en su recién descubierta “Torre del Oro”, el cosquilleo placentero de una aventura nueva, el regocijo sutil con que se visten las primicias… el juego misterioso de una conquista insólita que le diera a sus años renovada alegría…
Rojo de  peligro y sensuales emociones, de sangre nueva y secretos susurrados a escondidas, de  virilidad guerrera y demonios emboscados a la orilla de una cama…

O el negro pudo elegir… el brillante azabache de unos ojos ingenuos y leales, una cabellera larga, hermosa y perfumada, la piel de seda más diáfana  que jamás tocaría… 
Los vaivenes quizá de una rutina ingrata, pero amable y segura, y protectora… llena de entregas minúsculas, a veces invisibles…
Negro de oscuridad de místicos encantos, de inexplicables tristezas, de raras soledades a la luz de la luna… de una  noche cerrada y silenciosa en la que se dibuja plateada “La Cruz del Sur” enseñando el camino hacia lo verdadero…

Pudo y debió elegir… y sin embargo, decidió otra jugada arriesgándolo todo con la absurda esperanza de ganar mucho más...

Y apostó todo al verde, al neutro, al imposible… al eterno punto de partida que  no conduce a nada y es principio de todo… se quedó en el origen… eligió no elegir, confiando que el destino premiara su falta de valentía o su indolencia otorgándole íntegramente el premio, la recompensa máxima.

_”El cero”_ cantó el crupier.


Ganó. Contra todo pronóstico su jugada resultó vencedora.

En medio de aquel júbilo, embriagado de triunfo, en mitad de la fiesta del justo vencedor que todo lo consigue  cayó en su propia trampa… se imaginó invencible, pertinaz ganador… sublime y poderoso.

Esa fue la razón que le llevó al salón a repetir la apuesta.

Una vez y otra vez, se jugó la verdad entre nuevas mentiras confiado de su suerte… y en su infame delirio apostó nuevamente su anterior capital sumándole esta vez un trozo del “Mar Muerto”…
las olas del acuario…
la piedra del altar y el cáliz de su templo…
los treinta y seis bemoles de su piano de cola…
la cordura y la dicha… la esperanza, el talento…
la salud, la fortuna… y un millón de sonrisas aún sin despuntar…

_”Rojo. El doce”.
Era lógico. El cero no podía salir siempre.
Acabó la aventura con final infeliz.

Esta vez ganó la banca. Y todos los personajes lo habían perdido todo…

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