Mi cuaderno de viaje es un efugio en forma de libreta con hojas amarillas de papel reciclado.
Es un cómplice que se acerca a mis noches en vela, un aventurero callado y abnegado que guarda propósitos y recuerdos.
Con él planifico mis periplos y desgrano listas de todo tipo: de equipaje, de destinos, de pros y contras, de personas, de preámbulos…
Contiene amagos de relatos. Sujeta ideas que nunca terminarán de ver la luz y otras que finalmente mutarán en historias. Esconde retazos de poesía, versos rotos y torpes, palabras bellas, preguntas sin respuesta…
En sus hojas perfumadas hago además apuntes de estudio, anoto números de teléfono o pequeños recordatorios como si de una agenda se tratase.
A veces, dibujo distraídamente en cualquiera de sus esquinas figuras geométricas, o las letras de un nombre, que sorteando mis sentidos, adviene a mi mano.
Un lugar especial entre sus páginas lo ocupa el inventario de los libros que quiero sacar de la biblioteca, películas que algún amigo ha recomendado o música a descubrir en mis ratos tranquilos.
Es el muro donde escribo aquellas letras de canciones que me tocan el alma, y en el que a veces, me permito rubricar algún consejo, alguna frase que me obligue a repensarme, con la esperanza de que un día de suerte, ojeándolo distraída, vuelva a encontrarla y quizás, ¿por qué no?, encienda en mí una hoguera en la que abrasarme creando.
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