miércoles, 30 de noviembre de 2011

A veces... nada.



A veces soy un pájaro muerto que yo misma encuentro pisoteado en el camino.
Una botella perdida en el mar y sin mensaje…
Un corazón arañado en la corteza  ajada de aquel  árbol reseco
hace tiempo cortado.
Un cajón atascado que ya nunca se abre,
un patio de recreo a medianoche,
unas manos preñadas de notas musicales, y sin guitarra.
A veces,  la luna nueva, 
ausente,  oscura, helada…
tan alineada al sol que se vuelve invisible…


Algunos días despierto perro apaleado,
sarnoso, infectado de pulgas y de moscas,
buscando un escondrijo donde tumbar los huesos para esperar la muerte.
Otros, olvido despertar y solo muero las horas lentamente… desierta de esperanzas,
vomitando recuerdos…


A veces soy un paseante que camina sin tregua
por la orilla nauseabunda del “Infierno” de Dante, 
una huella gigante en la arena caliente, que ya ha sido borrada.
Un ruego sin respuesta, una plegaria impía, un ritual sin mística y sin fe.
A veces tengo en las manos un puñado de estrellas apagadas
a las que pido deseos inconfesables.
A veces, simplemente desaparezco
y juego a mutilarme mientras me buscas.


A veces me detengo y aguardo a que el tiempo me alcance,
a que mude mi piel o la arranque a mordiscos,
pero nada perturba esta cadencia pendular del duelo interminable
y todo permanece…
me intuyo condenada a vivir sin remedio.



A veces ni siquiera soy,
ni espero, ni encuentro, ni camino…
ni veo…
ni respiro.
Nada.

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