lunes, 21 de febrero de 2011

El casco azul


(Finalista en el "V Cafá con Literatos" del 15 de Diciembre de 2010)
No está preparado para aquello. Nunca estará preparado. Es imposible que un padre lo esté  alguna vez, y quién diga lo contrario, miente… miente como un perro.
El temido momento ha llegado y mientras se dispone a salir, demora la despedida haciendo inútiles preparativos y reordenando las cosas en su cabeza una y otra vez.
¡Ni en sus peores pesadillas imaginó sentirse como esta tarde! La expectación y el temor hacen  una extraña mezcla en su interior que amenaza con desbordar en llanto. Su hijo, su único hijo, que… hace unos pocos años atrás era tan solo un bebé, va a enfrentarse al peor mundo posible…  en un lugar que ha declarado la guerra a la inocencia.

Lo contempla desde el garaje, plantado con firmeza en medio del jardín, esperando, entre ansioso y satisfecho de sí mismo. El cabello rubio tan corto peinado de punta, la equipación  completamente nueva y las botas negras, lustrosas…  Bajo el brazo, el casco azul que no lo resguardará de los atropellos ni de la ferocidad del mundo…  la ilusión pintada en el rostro…
Le aterra que pueda sufrir alguna herida en su cuerpo. Pero mucho más le aterra pensar en cuánto podría el dolor, el miedo o la desesperanza dañarle el alma.
A modo de  protección invisible su madre lo ha cubierto de besos una y otra vez, asegurándole que los besos de una madre, otorgan un poder que lo harán invencible. Los tres se aferran a aquello como si de una ley divina se tratase… así quieren creerlo… así tiene que ser.
Ocultando su propia cobardía, se le acerca despacio, y apoyando las manos en sus hombros, lo mira a los ojos.
_Pablo, hijo, ya sabes lo que hemos hablado. No pierdas la calma y recuerda, el equilibrio es la base del éxito. No te precipites, por favor… ¡ten mucho cuidado! Avanza siempre con firmeza pero con prudencia, y sobre todo… sigue tu instinto. Sé cauteloso con lo que encuentres en tu camino… Se puede ser  valiente, pero no temerario. No cometas ninguna estupidez que pueda costarte demasiado cara… Adelante, hijo.
Le aprieta en un abrazo desmesurado que Pablo, desconcertado, no le devuelve.
Después, con parsimonia salen a la calle.
Con las manos temblorosas le ayuda a abrocharse el casco…
Sostiene la bicicleta mientras el niño se acomoda y le acompaña sujetándole el asiento hasta que el pedaleo se hace uniforme...  Corre a  su lado unos cuantos metros… y por fin… lo suelta…
Y lo ve alejarse calle abajo, henchido de orgullo, húmedos los ojos, temeroso pero a la vez feliz…
_ ¡Mira Claudia, mira!_ le grita a su madre asomada a la ventana_  ¡Ya anda sin rueditas… y eso que apenas acaba de cumplir los cuatro!




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