sábado, 25 de septiembre de 2010

Lapsus a Divinis...

Desde la eternidad y el infinito los Dioses siempre nos han mirado sin compasión ni condolencia. Con la impiedad de quien se conoce perfecto e imbatible se regodean desde el palco del Gran Teatro Universal mirando pasar la Historia con sus fantasmas y sus quebrantos, mientras en el escenario se debaten los actores, entre la vida y la muerte, preguntándose por el sentido de la obra, revelándose contra lo inevitable, indagando en lo desconocido hasta terrenos prohibidos y vedados, castigados si traspasan los límites, olvidados si se conforman a consumirse como cirios sin más esperanza que la de sobrevivir otra década, otro invierno, o tal vez, tan solo otra hora  perdida en inmensidad del tiempo...


Ante tal despropósito y tanto desamparo, surge a veces, alguna Diosa clemente  que,  como hiciese Afrodita con  Telémaco, nos acompaña en algún tramo del camino, nos consuela o nos alienta para que seamos capaces de continuar con denuedo, aquello que comenzó hace milenios, el ciclo vital que a todos nos envuelve y nos arrastra, con más o menos gloria, hacia lo desconocido.

Mas… la comedia sigue, transmutada a menudo en drama; la rueda continúa su giro interminable, el péndulo prosigue su perpetuo vaivén, y los hombres implorantes de auxilio, ni siquiera reparamos en aquella deidad, que transformada en madre, en sol, en poesía, en sonrisa, en música, ha bajado del cielo para ofrecernos su mano extendida y sacarnos del pozo de la absurda oscuridad que nos apresa...
A veces, esa Diosa clemente nos ofrece la redención hecha consciencia. La humanidad entera sin embargo, ciega y borracha de su propia vanidad, ni siquiera reconoce a sus más diligentes salvadores.

Siempre ha sido así... el hombre revolcándose en la pocilga de su propia ignorancia, mientras alardea a los cuatro vientos de su irrecusable superioridad.

Para colmo, cuando entre tanta confusión y profusión de abusos e ignominias surge alguna Alma Grande, entonces, igual que los dioses impíos y crueles contra los que levantamos el puño, nos alzamos para reprimir, juzgar y condenar a nuestros bienhechores, porque somos así, estúpidos hasta el aburrimiento.

En alas de la ciencia sin conciencia, es que agoniza Gea, entre espantosos sufrimientos, envenenada su sangre, exterminados sus hijos, condenada a la desolación.
En alas del progreso enterramos la buena costumbre de conocernos, de conversar, de compartir el momento del descanso... En alas de la prudencia nos ataviamos de miedos y desconfianzas…

Y es así que si se revela algún dios-hombre abogando por la igualdad, lo encarcelamos por subversivo, si surge algún adalid de la libertad, lo ajusticiamos en nombre de la política, algún héroe reclamando la paz, lo asesinamos en alas del virtuosismo, algún defensor de cualquier forma de vida, lo condenamos a la muerte del ridículo.

Al fin y al cabo, parce ser que aquellos dioses crueles, distantes, arrogantes, tiranos,  de los que tanto hemos maldecido, a los que, con tanto empeño hemos desterrado, estaban hechos nomás, a nuestra imagen y semejanza.

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