miércoles, 8 de diciembre de 2010

La hora del paseo


Anochece. El frescor anima a los vecinos a salir de sus tórridas casas. Don Cosme baja despacio los veintiocho escalones que lo llevan desde su apartamento al portal, empujando con dificultad la silla de ruedas. Luego sube otra vez a buscar a su amada  Emmanuela.
Ella lentamente camina arrastrando los pies. Apoyada en su hombro, el descenso se convierte en un reto compartido. Él tantea las paredes; sus ojos blanquecinos apenas distinguen el venerado rostro… ¡malditas cataratas! Los dos suman más de ciento sesenta años.
Tardan veinte minutos en llegar a la calle. Para entonces, ambos respiran con dificultad y ella llora en silencio evocando tiempos más felices.
Él, con suma ternura la sienta despacio, le alisa la falda y acaricia sus manos nudosas. Después, sujetándose a la silla comienza a caminar fatigosamente mientras susurra:
_”No llores preciosa… tranquila… es la hora del paseo…”

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