Recuerda especialmente el día en que cumplió 13 años, porque ese día
sus padres le regalaron su primera guitarra.
Desde entonces “Aurora” como él la
llama, amanece a su lado cada día, le acompaña en su deambular por ciudades, caminos
y antros con pretensiones de cabaret. Le canta y le escucha aun cuando a su
lado ya no quedan amigos resistiendo alboradas. Le enseña a mirar el mundo
desde su alma sonora, le escribe versos, le cura gripes, le transforma los
lunares en estrellas, le pinta las paredes de las pensiones de mala muerte en
las que recala sin guita para comer…
Le escribe la rebeldía en las
líneas blancas de la carretera y él la va leyendo con las botas sucias de
aventuras y cansancio acumulado. Puebla su soledad de susurrados tarareos
prendidos a las cuerdas que en este caso no amarran, sino rescatan. Mitiga sus
desengaños. Reemplaza sus miedos por sombras chinescas que le provocan risas…
No siempre resulta fácil la vida
del solitario trovador de quimeras. Sin embargo, nunca hubiera podido soñar
algo mejor… Jamás imaginó al desenvolver el lazo azul de aquel regalo, que
el misterio que encontraría tras los papeles de colores brillantes no fuera un
instrumento musical, sino la encarnación
en olorosa madera, del delicioso nombre de su madre:
“Libertad”.
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