Seis de la tarde. Frío. Mucho frío. La madre y la niña comparten un momento de lectura frente a la estufa de leña. En sus ojos sonríe un sol amarillo.
La luz de la hoguera se estira perezosa por las paredes y desfigura los rostros dibujando sombras fantasmagóricas por doquier. Hay olor a café y a galletas caseras.
Un rayo que cae cercano ilumina la calle devolviéndole a la tarde un poco de claridad. Segundos después el estruendo hace vibrar los cristales y los deja temblando durante un momento.
La niña, curiosa, se asoma a la ventana, atraída por el ruido y la brillantez repentina del cielo gris plomo. Afuera, el chaparrón inunda caminos y zanjas, jardines y veredas. Hace dos horas que la tormenta descarga su furia sin pausas… Apenas logra vislumbrar el jardín de la casa de enfrente. Sin embargo algo llama su atención: un chiquillo de apenas cinco o seis años, lucha contra el viento aferrado a un paraguas que pretende escapársele volando. Va sucio y descalzo. ¡Está tan delgado! Y no lleva abrigo…
La sombra se cierne sobre los ojos de la niña curiosa, se le cuela dentro y le estampa una huella en su alma inocente.
Escrito para "Luces y sombras" de la revista Léptica (Nov. de 2010)
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