regresan
por las tardes
ajenos a las máquinas,
dragones amarillos
que excavan
las entrañas del barrio...
Allí donde amontona
camalotes
el agua adormecida
y se desliza el pez,
orondo
entre cientos de anzuelos
enredados a las algas...
Ahí donde se citan
las parejas de horneros
y de novios...
donde se aquieta el viento
y las gaviotas
acuden confundidas
a buscar pescadores en las islas.
Allá, en aquella tierra colorada,
salpicada de pinos
y de acacias,
donde serpea el camino
entre lagunas
y zumba el mangangá
en las siestas sofocantes de febrero...
Allá quiere vivir mi memoria
recostada en un tronco
a la orilla del agua,
o sentada en la arena
con los ojos cerrados...
Allá quiere habitar,
entre los yuyos
respirando tu olor
eternamente.
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