lunes, 31 de octubre de 2011

No se trata de venganza



Mi cuerpo ya no responde. Soy un extraño de mí mismo anclado a una cama blanca, de sábanas almidonadas con olor a jazmín, las flores que más detesto.  Tanta humillación es intolerable. Nadie tendría que pasar por esto… no tener ni siquiera la mínima posibilidad para decidir morir, y acabar con el suplicio…
Solo oigo susurros… susurros en la oscuridad. Incertidumbre y miedo… fantasmas blancos,  verdes a veces, como mis propios vómitos, armados de objetos punzantes  que me acosan, me derriban, me denigran aprovechando que ahora soy vulnerable. 
Sombras que se mueven, me rodean… en sus palabras condescendientes se esconde la burla.  Sé que me hablan como quien habla a un niño, o a un moribundo. No soy ni lo uno ni lo otro, pero a nadie le importa. No puedo moverme. Lo intento. Mis miembros no me responden… o quizá sea mi cabeza la que no da las órdenes necesarias… mi cuerpo… no parece mío… no me reconozco. Y sin embargo… el sufrimiento me recuerda que sigo atado a este lugar que cada día aborrezco más. Quiero irme a mi casa.  Ojalá pudiese gritar… 



____________________________________________


_No quiero que al Señor le falte nada. ¿Me oyó bien, Ofelia?
_Sí Señora. Acabo de cambiar las cortinas, tal como me ordenó y todo está colocado ya en su sitio.
_Muy bien, puede retirarse. Hasta la hora de la cena no voy a necesitarla. 





Ella está muy cerca. Está oscuro pero lo sé porque huelo desde aquí su perfume. Oigo sus pasos inconfundibles, blandos. Se aproxima a mi lecho y enciende la radio… demasiado alta para mi gusto… y se va dejando puesto ese programa moderno que tanto me asquea.
Ojalá pudiese gritar…

_________________________


Unas horas más tarde Julia entra en mi habitación.
_ ¿Cómo estás papá?_ ¡Uf! ¡Qué oscuro está esto!  _ ¿Te abro las cortinas?
Es, por supuesto una pregunta retórica. La muy zorra sabe que no puedo contestarle. Pero las abre de todos modos. La luz me hace parpadear… creo adivinar una sonrisa en sus labios.
_Esta música está demasiado alta. _la apaga_ ¡Qué raro! Creía que no te gustaba esta emisora…
_Hola mamá.
_Hola hija. ¿Por qué has venido? Estás en época de exámenes. Deberías estar estudiando.
_Solo he pasado un momento, para preguntarte si necesitas algo.
_No. No te preocupes. Lo tengo todo bajo control. Ofelia me ayuda mucho.
_Si… ¿sabes?, es raro… papá la trataba tan mal como al resto del servicio y aún así, desde que al viejo le dio la embolia parece muy afectada. Oye… ¿porqué las cortinas verdes? Papá odia el verde…
_Las otras estaban roídas y olían a humedad. No te preocupes, ya las cambiaré. Ahora vete tranquila, estaremos bien.
_Mami… eres una valiente. Te quiero. Adiós papá.






La veo caminar hasta los pies de la cama y sentarse en el sillón, después de volver a cerrar las horribles cortinas y encender la radio otra vez. Me mira con una sonrisa enigmática que no sé cómo interpretar. Me pregunto qué está pasando…
_ ¿Estás cómodo querido?
¿Cómo puede preguntarme eso? Por supuesto que no lo estoy ¡perra!, ¿Cómo iba a estarlo? comiendo asquerosos purés con sabor a pescado, o a espinacas,  escuchando esa radio infernal, sin luz, sin poder moverme ni hablar… y lo que es peor, teniendo que aguantar que me toque ese repugnante marica que has contratado para atenderme.
Debió ver la ira en mis ojos porque su sonrisa se hizo más encantadora, antes de agregar:
_ ¿Verdad que no? Pues quiero que sepas, que a partir de ahora, todo va a ser perfecto, tal como el día de hoy. No temas. Te prometo ocuparme de todo. Y verás que será maravilloso. Tengo una deuda contigo, mi amor y te juro que te pagaré todas y cada una de las cosas que has hecho por mí en estos largos, larguísimos años.
Mira _me enseña un libro pequeño;  parece un diario_ tengo una lista, todo está aquí apuntado para que no pueda olvidarme de nada. Escucha, lo he planificado de forma ordenada, tal como lo exiges tú siempre:



_Por cada vez que llegaste a casa borracho y oliendo a otras mujeres, vas a comer ese pescado, ¡que tanto te gusta! una semana… ¿te parece bien?
_Y por cada paliza que me diste desde el día que nos casamos, vas a ayunar un domingo. Creo que van a faltarme domingos. No creo que vivas tanto. Pero no importa.
Hago un esfuerzo sobrehumano por levantarme y arrastrar a esa bestia por los pelos, pero solo consigo agitarme y ponerme rojo tal vez… su sonrisa se hace más sugestiva si cabe.
_Haciendo un cálculo aproximado _sigue ella_ de las veces que me humillaste en público, que serían unas cincuenta más o menos,  creo que a modo de compensación te regalaré un ramo de tus flores favoritas cada viernes, hasta completar cincuenta ramos, o cincuenta semanas, como quieras verlo. Eso… no llega ni a un año. Eran los jazmines… ¿no es cierto?
_Lo del bebé que perdí no voy a contártelo. Eso ya lo pagarás en el fuego del averno, y será pronto.
_Y esto te va a encantar: me dijiste que era una inútil y una fracasada, me aterrorizaste y me despreciaste  tantas veces que me es  imposible llevar la cuenta, así que por eso, escucharás cada día la radio que yo decida que escuches, y verás en la televisión lo yo te ponga, beberás cuándo y lo que yo diga y te asearás cuando a mí se me antoje. ¿Lo has entendido?_ la sonrisa sensual se había convertido en una mueca cruel. Y yo, empezaba a comprender que me había muerto ya. Y que estaba en el infierno.

_Señora, está aquí el auxiliar para asear al señor y darle la cena.
_Gracias, Ofelia. Pero dile que esta semana yo me ocuparé de todo, del baño, la cena y de cambiarle la postura para que no le salgan llagas.
_Muy bien Señora. Le diré que puede irse.

Suspiré aliviado. Al menos me libraba de ese degenerado por una semana.
Se acercó a mi cama despacio. Había recuperado esa sonrisa aterradora. Levantó las sábanas y miró de forma humillante dentro del pañal geriátrico. Con un gesto de repulsión volvió a taparme. _Estás realmente asqueroso querido. ¡Por Dios! ¡Qué olor a mierda!_ y abandonó la habitación cerrando la puerta.

Ojalá pudiera gritar…